Dichoso el que comprende y
canta los cantos de las Sagradas Escrituras –nadie, en efecto, canta si no está
de fiesta– pero mucho más dichoso el que canta y comprende el Cantar de los
cantares".
Orígenes
En la fiesta de Sta. María Magdalena que se celebra el 22
de julio la liturgia, maestra en el arte de leer la Sagrada Escritura, nos presenta
como primera lectura un bellísimo texto del Cantar de los Cantares. Allí, la protagonista
[muchacha-novia-esposa] busca durante la noche al “amado de [su] alma” y no
puede encontrarlo. Con desesperación indaga a los centinelas para saber “si lo
han visto”. Finalmente lo encontrará y ya “no lo soltará”.
El Cantar puede leerse como un glorioso canto al amor
entre un hombre y una mujer, pero esta lectura no suprime la posibilidad de
acercarse al mismo desde la perspectiva de los desposorios espirituales. Si la
"bipolaridad hombre/mujer es un símbolo luminoso y transparente
de Dios creador” (Ravasi) el amor entre
ellos es ícono del amor de Dios por la humanidad.
El matrimonio como plenitud de comunión entre un hombre y una mujer ocupa un lugar privilegiado en la Sagrada Escritura que
comienza con una boda, la de Adán y Eva y culmina con otra, la del Cordero y su
Esposa, la Jerusalén Celestial en el Apocalipsis. Y entre
una y otra, en la tradición profética, Dios elige revelarse como esposo de Israel que llora la
infidelidad de su esposa y promete reconquistarla: Tu
esposo es aquel que te hizo: su nombre es Señor de los ejércitos; tu redentor
es el Santo de Israel: él se llama "Dios de toda la tierra". (Is
54,5) Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y
le hablaré de su corazón. Desde allí, le daré sus viñedos y haré del valle de
Acor una puerta de esperanza. Allí, ella responderá como en los días de su
juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor- tú me llamarás:
"Mi esposo" y ya no me llamarás: "Mi Baal". Le apartaré de
la boca los nombres de los Baales, y nunca más serán mencionados por su
nombre.Yo estableceré para ellos, en aquel día una alianza con los animales del
campo, con las aves del cielo y los reptiles de la tierra; extirparé del país
el arco, la espada y la guerra, y haré que descansen seguros. Yo te desposaré para siempre, te desposaré en
la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la
fidelidad, y tú conocerás al Señor. (Os 2,16-23)
Esta imagen del matrimonio como ícono del amor de Dios
por la humanidad
se llena de sentido [πληρoω] en las numerosas y sugerentes imágenes de Cristo como
Esposo que se descubren en una lectura atenta de los Evangelios. Una de ellas se desvela en la fiesta de la Magdalena, cuya liturgia nos conduce a una lectura tipológica del
pasaje del Cantar leyéndolo en sinfonía con el Evangelio del día que es Jn
20,1-2.11-18 –el mismo de la mañana de Pascua- . En esta lectura sinfónica, la
joven muchacha-novia-esposa- es figura -“tipo”- de María Magdalena la cual, a
su vez, es ícono del creyente que busca a Dios. Esta búsqueda, que han cantado
todos los místicos, se expresa en el lenguaje del amor humano y en un contexto
nupcial. Y aquí el
Amado, prefigurado admirablemente en el Cantar de los Cantares, se revela
plenamente en Cristo resucitado, el cual, hace exégesis (=conducir hacia) del rostro amoroso del Padre y al mismo tiempo descubre a la Magdalena el misterio de su vocación: anunciar a otros la dignidad de hijos de Dios. Se cumple aquí lo expresado admirablemente por Gaudium et Spes # 22: Cristo, el nuevo Adán, en la misma
revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre
al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.
Cantar 3:1 En mi lecho, durante la noche,
busqué al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré!
2 Me levantaré y recorreré la ciudad; por las calles y las plazas, buscaré al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! 3 Me encontraron los centinelas que hacen la ronda por la ciudad: "¿Han visto al amado de mi alma?". 4 Apenas los había pasado, encontré al amado de mi alma. Lo agarré, y no lo soltaré. |
Juan 20:1 El primer día de la semana, de
madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y
vio que la piedra había sido sacada.
2 Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro
discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro
al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
[-----]11 María se había quedado afuera,
llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro
12 y
vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los
pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
13
Ellos le dijeron: "Mujer, ¿por qué lloras?". María respondió:
"Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
14 Al
decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo
reconoció.
15
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?".
Ella, pensando que era el cuidador de
la huerta, le respondió: "Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo
has puesto y yo iré a buscarlo".
16
Jesús le dijo: "¡María!". Ella lo reconoció y le dijo en hebreo:
"¡Raboní!", es decir "¡Maestro!".
17
Jesús le dijo: "No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve
a decir a mis hermanos: "Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi
Dios, el Dios de ustedes".
18
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras.
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